Cómo me cuesta pronunciar tu nombre,
en cuanto lo vi, supe que era el tuyo.
Sólo pensarte es una pesadilla,
no podrías llamarte de otro modo.
Me alegro de que nadie más lo entienda,
que no vean lo mal que nos llevamos,
sólo el club de las tontas desgraciadas
comprende mi dolor inexistente.
Conozco todos tus significados,
aunque no sé cuáles me corresponden.
Ojalá supiera que es por tu causa
que me esté destrozando poco a poco.
Pero yo sola causo mi agonía.
Tú eres lo que uso para odiar,
para enfadarme, gritar y llorar.
Me aterra comprobar que ya eres mía.
Tú eres el instrumento de tortura,
y nada más: no eres nada sin mí…
Sin embargo, cuesta tanto decir
que sé de sobra cómo te llamas…
Amarga compañera: mi bulimia.
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