Una novia no es una amante, ni es lo mismo que una amante; una amante no es una esposa, ni es lo mismo que una esposa (parece ser que hay varones muy privilegiados que han conseguido tener amante y esposa en una sola pieza —con el ahorro que eso representa— y muchos pensadores están de acuerdo en que esa sería la esposa ideal, pero tal combinación es imposible oprque entonces en la relación con la esposa no se daría la circunstancia de saberla engañada ni en la relación con la amante la de saber que se estaba engañando a la esposa).
Sí hay una manera de que la esposa sea al mismo tiempo amante, y es que sea amante de otro. Pero esto algunas sensibilidades, entre ellas la de Enrique Lafuente, no lo soportan. El caso es que un varón adulto al que se puede considerar normal , en lo que a este tema concierne, puede tener una novia, una amante, una esposa y si pierde a la novia se queda sin novia, si a la amante sin amante y si a la esposa sin esposa. Puede perder a la amante y le queda la esposa, o viceversa, pero no es lo mismo, no es lo mismo. En cambio , como este varón adulto normal tiene, pongamos, ocho amigos, si pierde uno le quedan siete.
Es cierto que los ocho amigos siempre serían distintos unos de otros y que el desaparecido nunca sería sustituido por otro igual, pero también lo es que cuando desaparece uno de nuestros ocho amigos no hemos perdido la amistad, y cuando desaparece la novia, la amante, la esposa, perdemos el amor. Hay amigos que se pierden sin que nos demos cuenta ¡huy cuánto tiempo hace que no veo a Ramiro!, nos decimos un día. ¿Sabéis algo de Reverte?, ya no viene por el bar. Lleva dos años en Canarias.
¡Ah! Esas desapariciones, esas pérdidas no duelen. Pero cómo exclamar ¡huy cuánto tiempo hace que no veo a mi amante! O no darse cuenta de que la esposa de uno lleva dos años en Canarias.
Fernando Fernán Gómez, ¡Stop! Novela de amor, Madrid, Espasa-Calpe, 1997
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