Comprendí que, cuando no tenía una respuesta, Guillermo imaginaba una multiplicidad de respuestas posibles, muy distintas unas de otras. Me quedé perplejo.
—Pero entonces —me atreví a comentar—, aún estáis lejos de la solución.
—Estoy muy cerca, pero no sé de cuál.
—¿O sea que no tenéis una única respuesta para vuestras preguntas?
—Si la tuviera, Adso, enseñaría teología en París.
—¿En París siempre tienen la respuesta verdadera?
—Nunca, pero están muy seguros de sus errores.
—¿Y vos? —dije con infantil impertinencia—. ¿Nunca cometéis errores?
—A menudo —respondió—. Pero en lugar de concebir uno solo, imagino muchos, para no convertirme en el esclavo de ninguno.
Me pareció que Guillermo no tenía el menor interés en la verdad, que no es otra cosa que la adecuación entre la cosa y el intelecto. Él, en cambio, se divertía imaginando la mayor cantidad posible de posibles.
Umberto Eco, El nombre de la rosa (Il nome della rosa), 1980. Traducción al español de Ricardo Pochtar.
Recomiendo la edición de Debolsillo porque trae la traducción de los textos en latín y como apéndice Apostillas al nombre de la rosa. Y no, no me pagan comisión.
Tiempo ha...
- Lluvia ejemplar - 2011
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